Rafael Muñoz.
(Publicado en La Provincia el 6 de julio de 1918, página 1,
por Agustín Moreno y Márquez)
Antiguamente Huelva no tenía jardines, el público no podía solazarse con la vista de verdes plantas ni de hermosas flores. Solo había dos de propiedad particular que permitían a las gentes contemplarlos alguna que otra vez en las tardes de caluroso estío, cuando sus propietarios abrían las ventanas resguardadas con rejas que daban a la calle. Uno era el de los Garrochos, situado en la calle de la Fuente, y otro el del Gobernador, que en igual forma daba a la de Palacios.
Pero cuando se construyeron la carretera de Sevilla y la del Odiel que parte desde esta en dirección al muelle, quedó entre ambas una parcela de tierra de figura triangular, que los ingenieros dedicaron a jardín, rodeado de una baranda de madera pintada en verde, y dentro de la cual existían algunos asientos de forma rústica donde ellos y sus familias venían por las tardes a aspirar el oxígeno de las plantas.
Aunque este jardín era también de propiedad particular, tenía sin embargo cierto carácter público por ser muy baja la verja que le rodeaba, permitiendo a las gentes que paseaban pararse ante él disfrutar de la belleza de su vista y aspirar la frescura y el aroma de sus flores.
Hoy tenemos nada menos que cuatro jardines en la plaza de las Monjas prolongada hasta la calle de Alonso Mora, que ha desaparecido casi en su totalidad; otro en donde hasta hace poco existió un grupo de casas, el de Saltés, llamado por el vulgo del “bacalao”, los de los muelles que pueden competir con los mejores de otras ciudades, sin constar el paseo de Santa Fé poblado de palmeras, y las diferentes plazas todas con asientos y árboles.
Huelva, aunque todavía no tenga la extensión de sus hermanas mayores Sevilla y Cádiz, en elegancia, en belleza, en importancia bajo todos los conceptos no desdice de ninguna de ellas.
Se dirá que yo le tributo estos elogios por el cariño que le tengo. En parte será verdad ¿Qué hijo no quiere a su madre? Desde niño, aun mucho antes de conocerla, cuando en los días de mi infancia triscaba por las sierras de Linares, siempre miraba hacia el mar, como si un misterioso imán me atrajera hacia estas costas y hacia estas playas; después vine a esta escuela pública a completar mi instrucción, más tarde a su Escuela Normal para hacer mis estudios de maestro de primera enseñanza, aquí verifique todas mis oposiciones, aquí, he ejercido mi profesión en el transcurso de más de treinta años.
Pude haber sido maestro de Sevilla y quizás también de Madrid y no quise dejar de trabajar en Huelva; todos mis servicios fueron prestados dentro de esta provincia habiéndome jubilado a los 67 años de edad dando después conferencia en sus escuelas públicas y privadas, así de niños como de niñas, no arredrándome el trabajo a pesar de mi edad octogenaria y de hallarme ciego, enfermo, desmoronándose por instantes mi organismo. Más de una vez al dictar estos apuntes he sentido en mi corazón inmensa angustia por creer que me podría morir sin dar cima a ellos y aunque nada valen, servirán al menos para probar que mi lema siempre fue, ha sido y es: “Todo en Huelva, por Huelva y para Huelva”.