Antonio J. Martínez Navarro. Uno de los bares más celebrados de la Huelva de la primera mitad del siglo pasado era Casa “Alpresa”. Pero, ¿Cómo surgió y cómo llegó a constituirse en uno de los establecimientos de mayor renombre de nuestra ciudad?
Conozcamos su historia:
Federico Alpresa Hernández nació en Trigueros en los últimos años del siglo XIX. Estaba colocado de dependiente en Tejidos “Sousa”. Llevado por su aguda visión comercial se dedicó a la representación de prendas de vestir. Así, portando muestras de telas y con su excelente dialéctica le vendía tejidos a los sastres y tiendas pequeñas de toda la provincia. Con ello consiguió tener numerosas amistades, que luego le resultarían interesantes para la consolidación de su negocio.
En 1918 la familia Monís le arrendó el piso alto para cobijo o lugar de reunión de un importante núcleo de cazadores. En la planta baja se daban cita varios amigos de Alpresa, que animaron a éste a la instalación de un bar.
Terminando 1923 decide darle un cambio a su establecimiento según observamos en el Legajo número 704, 1/31, del Archivo Municipal de Huelva:
<<Federico Alpresa Hernández, vecino de ésta, industrial, con cédula personal del corriente año que ante V. S. exhibe, respetuosamente le expone:
Que en la casa en que tiene su industria, calle Mora Claros, número 11, antes Tetuán, desea derribar un tabique interior, con arreglo al adjunto croquis que acompaño, y además hacer el arreglo de la solería que es por lo que
Suplica que previo los trámites reglamentarios y abono de los derechos que le corresponda le sea concedido eloportuno permiso para llevar a efecto dichas obras.
Es gracia que espero alcanzar de V.S. a quien guarde Dios muchos años. Huelva, 7 de diciembre de 1923>>.
Pero pasemos a la descripción de Casa Alpresa: Tras superar el portal, en el que figuraba la fecha de apertura del local (1918-2, esto es, febrero de 1918) y que daba a la calle Mora Claros, se atravesaba un corto zaguán, con un escalón alto en el centro y, tras atravesar un salón, se veía una puerta de cristales que daba acceso a uno de los patios dispuesto con mesas para recibir a los numerosos parroquianos que el establecimiento tenía.
Este patio lo techó y adornó con detalles alusivos a la tauromaquia (retratos de Pedro Carreño, Laínez, Manolito Báez “Litri”, etc., una muleta, una cabeza de cornúpeto, banderillas, etc.).
Inmediatamente a éste nos encontrábamos rodeados de albahacas, jazmines, nardos, geranios, que había en otro lindo terrado o patio. En su centro una fuente andaluza. El patio siempre estaba invadido por los suaves trinos de diversos inquilinos que estaban en unas bonitas jaulas. En el mismo, y frente a la puerta de acceso, pendían unas lamparillas de aceite ante una imagen de la Virgen del Rocío, que se hallaba rodeada de siempre verdes como indicando que el establecimiento estaba bajo su santo patrocinio. Allí es donde se daba, cuando un Hermano Mayor de la Hermandad dejaba el puesto, el gazpacho rociero.
Se completaba Casa Alpresa con unos excelentes almacenes e independientemente al negocio, el dormitorio familiar.
Este bar era un establecimiento de tal distinción, no exento de tipismo, que, en ocasiones, era meta obligada de las personalidades que arribaban a nuestra ciudad, como fue el caso del laureado Jefe del Cuarto Militar del Rey, general don Dámaso Berenguer, que lo visitó el día 26 de octubre de 1929.
Describamos uno de estos ágapes: En plato hondo se servía el primer cubierto, que consistía en pescado, generalmente corvina frita que algunos clientes migaban en el gazpacho.
En segundo lugar la caldereta, que era un plato con más calorías.
El gazpacho, el pescado y la carne eran acompañados de vino tinto o blanco. De postre “milojas” de la confitería “El Buen Gusto”.
Después de la comida, estas alegres gentes se corrían las juergas que hicieran falta.
En cuestión de cantes aquellos señores, al igual que los reyes, tenían sus favoritos entre los que vamos a citar a Rengel, Paco Isidro, “El Cañitas”, Pepe Pinto, Vallejo, Marchena, “El Muela”, “El Palanca”, Sanz Urbano y “El Carbonerillo”.
Lola Flores actuó dos veces en estas reuniones. En la primera vino acompañada de “El Niño de León”; en la segunda formaba pareja con Manolo Caracol.
Como primorosos rasgueadores de guitarras citemos a Rofa, a Miguel “el Gitano” y al “Niño de Huelva”, capaces todos hasta de tocar un minueto con su instrumento.
A los artistas, tanto los cantaores como los guitarristas, se les daban veinte duros.
Siguiendo con la descripción de este patio, también contaba con unos bonitos arcos de madera. Era tan singularmente bello este rincón que, si Alpresa hubiera erigido diversos dioses o héroes de mármol, estos hubieran descendido de sus pedestales para ir a hacer la corte a las bonitas onubenses que hubieran arribado por allí, y se hubiera oído al gran Hércules hacer un madrigal a Carmen Rofa, la mujer más guapa de Huelva en los años veinte.
Le seguía un tercer patio, donde Federico tenía gallos de pelea ingleses. Era el lugar de residencia de la mona “Yita” y de “Palomo”, perro de agua, blanco, honrado y grave, sin pretensiones, a pesar de sus enormes fuerzas, semejantes a las de un can hercúleo. Ladraba poco y siempre con motivo. En su hoja de servicios tenía en destacado lugar el no haber mordido nunca a nadie.
A ambos lados del primer patio existían varios reservados o cenadores aislados los unos de los otros. Todos estaban ocupados a la sazón por grupos de personas coincidentes en determinadas afinidades. Así, había una tertulia compuesta por industriales, a saber, Toribio Galán, carnicero; Aragón y José Falero en la especialidad de tejidos; los hermanos Narváez y Borrero, navieros y drogueros respectivamente y Juan Rebollo, de Tabacaleras.
Una tertulia muy conocida era la llamada “Reunión de los Doce”. El diario “La Provincia”, de fecha 10 de marzo de 1930, se hacía eco a una de las citas de estos señores en el conocido restaurante:
<<En el Restaurante Alpresa se dio cita la “Reunión de los Doce” que -como su denominación indica- se compone de una docena de amigos que tienen por norma la caballerosidad y por lema el verdadero amor a Huelva y a su buena administración y moralidad.
Estos señores, que tienen la costumbre de comer juntos con frecuencia, lo hicieron ayer celebrando un almuerzo que resultó amenísimo>>.
Otra tertulia la formaban Fernando Cárdenas, contratista; Manuel Buenafé, agencia de transporte rápido de paquetes; Pedro Pelayo, armador; Francisco Robles y Luis Morales, tenientes coroneles del Ejército de Tierra y de la Guardia Civil; Leopoldo Mora, inspector de abastos; Antonio Rengel, cantaor; Gonzalo Blanco, exportador de pescado y fábrica de madera; Rafael Martín Hierro, chatarrero y Adrián Caballero, inspector de timbres.
Existían dos reuniones de rocieros. En la primera podemos citar a José Espinosa, el veterinario; a Antonio Castilla, poseedor de varios carros que trasladaban el pescado de los galeones a la Pescadería; a Guillermo Martín, propietario de un taller mecánico de reparaciones de vehículos; a Antonio Toscano, que tenía una fundición en la barriada del Molino de la Vega; a Cristóbal Araujo, con una panadería en la calle Puerto; los exportadores de pescados Francisco y Rafael Vázquez; a Liborio Hierro, a Justino Gómez Martino, inspector del Ministerio de Hacienda; a Francisco Ortiz, también tratante de pescado y marisco; a Antonio Rociana, chófer; a Antonio Rodes, sastre; a Rafael Martín Hierro; a Enrique, a Juan Martín Martín y a Matías Muñoz, muy amigo de Federico.
Era Matías quien le llevaba los enseres a Alpresa en su camión, ya que el dueño del bar era muy rociero y tenía en la aldea de la Blanca Paloma una casa, frecuentada en el mes de mayo por cientos de personas. Charlaban de toros y toreros. Cambiaban entre ellos frases técnicas, que probaban la profunda erudición que casi todos tenían en esa rama del saber.
El segundo grupo de rocieros ocupaba otro de los cenáculos. Citemos a Juan Ignacio Gálvez Cañero, ingeniero de la Junta de Obras del Puerto; a Rafael Mathe, que siendo Hermano Mayor le regaló, en 1946, a la Hermandad la carroza de plata que actualmente tiene; a Luis Lamadrid y a su cuñado Remigio Thibeau, jefe de la Unión Española de Explosivos; a José Estévez, jefe de Obras Públicas; a Pedro y Francisco Pérez de Guzmán, dueños de la fábrica de harinas y ricos hacendados; a Manolito de la Corte, Hermano Mayor de la Cinta; a Manuel Sánchez Tirado, a Joaquín Barroso, dueño de barcos de pesca; a Manuel Molina; a Antoñito Abad, uno de los mejores cantaores que han existido de sevillanas bíblicas alosneras, de oficio administrativo; a Juan Quintero; a Fernando de la Torre, secretario de la Hermandad del Rocío, de Huelva; a José Ruiz, ayudante de Obras Públicas y a Arturo Damas, quién como representante de la Empresa automovilística internacional “Arturo Damas” adquirió en Berlín un autocar “Büsing” (seis ruedas) tres ejes, dos transmisiones independientes y diez metros de longitud, que fue bautizado con el nombre de “Plus Ultra”. Vía Frankfurt, Francia, San Sebastián, el citado autocar llegó a Madrid. Según informó la revista “Estampa”, Don Arturo Damas, jefe de la Empresa y excelente relaciones públicas, llegó el autobús al palacio de Buenavista, donde lo admiraron el Ministro de la Guerra, duque de Tetuán, y el general Berenguer, jefe del Cuartel Militar de Su Majestad, así como otros altos jefes y oficiales. El coche fue llevado a la Plaza de Oriente, donde lo examinó en persona Alfonso XIII, quien hizo de él grandes elogios… Pero dejemos este capítulo de la historia local del turismo en autocar y sigamos con la del establecimiento de Federico Alpresa.
Los rocieros se paraban delante de varios locales de bebidas. Era un itinerario ya fijado de antemano. Uno de ellos era Casa Alpresa. Al llegar ante las puertas de este bar daban una voz y aparecía uno de sus camareros con una bandeja de cañas de manzanilla y unas tapas (croquetas, pan frito con jamón encima o habas “enzapatás”). Sin desmontar se las tomaban alegremente entre el corro de la gente que se apiñaba instantáneamente para verlos y, ¡arre niño” vuelta a escape desempedrando las calles.
El lema de Casa Alpresa fue:
“De fijo una arroba engruesa
Si come en Casa de Alpresa”.
Federico Alpresa fue muy amigo de Salvador Nogueras, administrador del Coto Doñana en los años veinte. En este coto, las nubes esparcidas por el firmamento formaban singularmente figuras que semejaban mesetas, islas, continentes y arrecifes de color plomizo y variado. Por allí se veía deambular a “Pajarito”, conocedor de todos los secretos de la caza, dispuesto a sorprender el camino (abrevadero) de los conejos. Este singular personaje proveía a Alpresa de este tipo de roedores e hizo posible que surgiera el salmorejo (pimientos, tomates y cebollas asadas, el conejo, tras estar al horno, desmenuzado. Se servía frito, con una capa de hielo encima).
En Casa “Alpresa” es obvio que se dieron los ágapes más multitudinarios y de categoría, por su ambiente y selecta cocina. Asistamos, en parte, a través del diario “La Provincia” del 29 de noviembre de 1934, a la comida homenaje que se le dio a Antonio Vázquez Limón, hermano del célebre cirujano, cuando venía a pasar unos días de descanso, de su labor como Gobernador civil de Alicante, en su tierra natal, Huelva:
<<En el Restorán Alpresa, ha tenido lugar hoy, próximamente a las tres de la tarde, un almuerzo para agasajar al Gobernador civil de Alicante, don Antonio Vázquez Limón, aprovechándose la oportunidad de que se encuentra en Huelva por unos días. Asistieron unos 50 comensales, sentándose a la derecha del agasajado el ex alcalde, Sr. Barrigón Fornieles, como organizador del acto; el alcalde, don Juan Oliveira Chardenal, que asistió como amigo y correligionario; el Sr. Garrido Ligero, don Antonio y el Sr. Macías Trasmonte. A la izquierda, con Benito Cerrejón, don Ricardo Terrades, don José Pulido y don José Díaz Sánchez.
Casa Alpresa se vio como siempre muy bien y con abundancia en los platos condimentados a su singular estilo…>>.
Meses antes, el domingo 15 de julio de 1934,
A lo largo de su historia, Federico Alpresa colaboró con diversas entidades para ayudar a los más necesitados. En los meses precedentes a la Navidad de 1934, varios establecimientos compusieron, con un fin benéfico, una gran cesta de Pascua. Casa “Alpresa”, el típico restaurante andaluz, regaló dos botellas de fino amontillado “Alpresa”, una botella de vermut “Pichardo”, una botella de solera “Pichardo” y una botella de cognac “Pichardo”.
El día 22 de octubre de 1940, fallecía la madre de Federico Alpresa, Francisca Hernández Torres.
Don Federico era un hombre de detalles. Así, tuvo el de agasajar, celebrando el Año nuevo de 1938 y aparecido al día siguiente en el diario “Odiel”, en su Restorán, con un almuerzo, a las niñas de la Casa del Flecha:
<<El dueño del Restorán Alpresa –Federico- ha celebrado el Año Nuevo de una manera magnífica.
El típico patio del Restorán lo convirtió ayer en comedor de las niñas de la Casa del Flecha. Y en dicho patio se reunieron cuarenta de aquellas niñas, a las cuales se les sirvió un almuerzo modelo de esplendidez y de bien preparado: todo un almuerzo de categoría. Esto no lo decimos nosotros; esto lo dicen ellas –las niñas- y el camarada Ramón Orta, exigente hasta la exageración, cuando se trata de atenciones para “sus” niñas”, que no son otras que las de la Casa del Flecha, de la cual él es el tesorero. Por teléfono, nos dio cuenta del agasajo de Federico y por teléfono, hubo de perdonarnos que no fuera a acompañarlo.
También estaba en el Restorán el presidente de la citada Casa del Flecha, camarada Federico Mayboll.
Sirviendo a las niñas, a la mesa, estuvieron los camaradas de Auxilio Social, Pili Sánchez, Maruja Sousa, Mercedes Silván, Carola Pardo, Isabel Jurado, Carmen Granell, Rafaela Monís y Paquita Rodríguez.
Las niñas quedaron satisfechísimas, los directivos de la Casa del Flecha muy agradecidos y Federico Alpresa gozó mucho con su acción.
Salud para repetir y nosotros que lo veamos>>.