Carta abierta a don Carlos Herrera

Antonio de Padua Díaz. Sr. Don Carlos Herrera:

Soy seguidor de su programa matinal ‘Herrera en Cope’. Cada mañana me río y sonrío con sus magistrales ocurrencias como las de ‘camastrón’ y el ‘desfibrilador de tontos’; con esta última especialmente, pues coincido con usted en que en este país en ocasiones pareciera que hay más tontos que botellines. Le escucho de seis y media, en que pongo pie a tierra -no se me vaya a hacer tarde y no aproveche el día, que usted diría aunque con mucha más gracia y desparpajo- a ocho y media, momento en que me marcho a trabajar.


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Lógicamente, como pasa en cualquier otro orden de la vida, no siempre estoy de acuerdo con sus opiniones o las de algunos de sus colaboradores, pero de ahí a que me llamen «hijo de puta» existe un abismo. Porque así nos calificó usted a los animalistas en su programa del pasado martes, 12 de julio del presente.

Verá usted, don Carlos. Mi madre no se hubiera sentido ofendida por su calificativo hacia mí; era muy taurina y, además, tenía un gran sentido del humor. Lo único que hubiera comentado, con cara de guasa, hubiera sido aquello tan andaluz de ‘¡uy niño tú ha visto lo que me ha dicho!’. Le encantaban eso que ustedes (y ella también) llaman la fiesta nacional, en la que se acribilla a un animal que, también según los entendidos en dicha materia, nace y se cría para ser linchado como un pinchito en una plaza llena de personas -estas al parecer muy respetables y con todo el honor de sus santas madres intacto-.


Puerto de Huelva

Cuando mi madre falleció, hace no mucho aún, ella ya conocía que su hijo militaba activamente en el animalismo, que no es sino la defensa de otros seres vivos en la medida de que sienten y padecen, se alegran y sufren, asunto que, al parecer, a algunos les cuesta una enormidad comprender.

Antes de que usted se forje un perfil erróneo de este humilde columnista debo aclararle que no soy ni vegetariano ni vegano. Considero que el ser humano es biológica y orgánicamente omnívoro y me almuerzo tan a gusto como usted un buen chuletón de ternera cuando me lo ponen por delante. La diferencia estriba en que yo abogo porque a ese animal que me alimenta, sea cual sea, se le trate durante su ciclo vital con dignidad y respeto. Esto significa, por ejemplo, que no sea criado en cualquier cuchitril en el que no pueda ni moverse, no lo nutran de manera insensata, incluida la ingesta de antibióticos y otros fármacos, o lo pongan a tragar pienso a cambio de no dormir para que ponga huevos continuamente o hasta que el hígado le reviente.

Y. evidentemente, defiendo que el toro es toro igual que el gallo es gallo. Y nada más. No hay toro de lidia sino por la mano manipuladora del hombre, al igual que no existen gallos de peleas sino por el concurso de la mala leche de algunos individuos. Y si mañana un toro, acorralado, maltratado y agujereado, muerto de miedo ante un tipo que ha optado por jugarse voluntariamente la vida en una suerte de divertimento personal y de otros muchos insensatos -aparte del negocio y la tradición, claro, que todo parecen avalarlo y esto sí que es injustificable-, se defiende y acaba con quien lo está destrozando yo no sentiré pena alguna.

Si por ello usted, don Carlos Herrera, un faro luminoso y sensato de la comunicación, me considera un «hijo de puta» es que algo falla en esta sociedad o quizás sea sólo que no se ha molestado en conocer a fondo y de verdad lo que supone para el toro ser atormentado en un coso.

Postdata: Si aún le vive muéstrele mi consideración más sincera a su madre, la señora Crusset. Todas las madres merecen, ya por serlo, el mayor de los respetos. Le ruego no lo olvide. Un saludo.

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