Benito de la Morena. Acabamos de pintar la casa y ya sabemos que es como ir al dentista, primero cuesta y luego se agradece; y en el rato de relax que siempre llega después de colgar cortinas y cuadros, me topo con una nueva noticia de refugiados que nos mete en el debate familiar, con el agravante de que pienso que a ese sirio, libanes, pakistaní … que huye del terror, también le habría gustado pintar su casa y volver a colgar los cuadros para recuperar su zona de confort, pero no puede pues fue destruida por no sé cuál bomba amiga, de esas que solo pretenden ayudar a salir de la miseria en la que viven.
Nos miramos mi esposa y yo y sentimos terror al pensar que una de esas casas semiderruidas podría ser la nuestra, tan linda, recién pintada y nos mantuvimos en silencio reflexivo por no saber cómo actuar y divagamos cosas como que entendíamos la huida en masa en busca de seguridad; deplorábamos a las alimañas que, abusando de su terror, promovían la huida en pateras con riesgo de vida; censuramos a los mandatarios europeos que retoman el tema después de las vacaciones, como si este trance pudiera esperar ni tan siquiera un minuto más; sentimos agobio al reflexionar sobre posibles causas “ocultas” de las grandes potencias que ayudan a unos y atacan a otros por intereses de poder, sin olvidar el uso comercial que beneficia a la industria armamentística en estos luctuosos casos.
Fueron varios minutos que parecieron eternos y eso que no entramos en la defensa natural que los países europeos están organizando para contener la avalancha incontrolada de miseria y terror que acompaña a estas víctimas de la ambición, que sueñan con un paraíso germano, inglés, francés y dentro de poco español, como solución a su dilema de vida, pues ellos también sueñan en un mundo mejor para sus hijos.
Pero, al otro lado de la valla, ojos expectantes y corazones encogidos miran y temen por la incertidumbre de si lo conveniente es ayudar dentro de casa o fuera de ella; aceptarlos e integrarlos, o expulsarlos y ayudar a recomponer sus países, pero eso cuesta dinero y además hay que derrumbar los torreones del poder instituido que ha generado un mal que, con demasiada frecuencia, proviene de los países “amigos” que ahora se encuentran con el problema que ellos mismo generaron, al alterar las vidas de estos desesperados a los que hemos alterado el confort de sus hogares.
Y en medio de tal desatino, los skin azuzando conciencias de odio, por un lado, y por otro, los que usan la solidaridad como si fuera algo que nunca se acaba y para lo que no hay que invertir más que un amor idealizado, cuando la realidad es diferente y la deben resolver los más sensatos.
Apagamos la televisión queriendo recuperar la calma pero no fue posible, pues las imágenes fluían y aún permanecen en nuestro subconsciente como algo que, sabiendo que está mal, debemos tolerar por impotencia
1 comentario en «Alterar nuestro confort»
«Apagamos la televisión queriendo recuperar la calma pero no fue posible, pues las imágenes fluían y aún permanecen en nuestro subconsciente como algo que, sabiendo que está mal, debemos tolerar por impotencia»
Todo el artículo es para leerlo y meditar. Pero esta frase, porque refleja la influencia de la televisión en nuestra mente, es especialmente cruel. No por lo que en ella se dice, sino porque evidencia la inconsciencia nuestra ante la hipnosis que la televisión esparce y su efecto en nuestra mente.
Por eso, cuando algo no nos gusta, protegemos esa mente nuestra(¿Conciencia?) de las consecuencias de mirar lo que no nos gusta.
Por eso apagamos o cambiamos de canal cuando aparecen o intuimos que van a aparecer cosas que no nos gustan. Y nos acusan. Pero no queremos ser acusados de insensibles.
Habría que leer a Benito de la Morena en sus alegatos contra nuestra insensibilidad social.
Pero lo rehuimos.