
Álvaro Redondo Rey. Desde la antigüedad, los hombres han intentado hallar una definición a la altura de tan fundamentales conceptos. Me gustaría, pero, tras reflexionarlo pausadamente, he llegado a la conclusión de que no voy a pesquisar en todas ellas; no por nada, sino porque la tarea sería tan ardua que, probablemente, me llevaría toda la vida. Sería un proyecto bonito, lo afirmo sin titubeos, sin embargo, considero otros quehaceres que me proporcionarían mayor satisfacción: vivir, por ejemplo. Como no soy una persona ociosa ni tampoco dispongo de todo el tiempo del mundo, recurriré a las definiciones de la RAE que, a pesar de haber admitido «almóndiga» y «murciégalo» en el diccionario –y seguro que vendrán más expresiones propias del programa Callejeros ¿o debería decir«pograma»?-, sigue siendo la incuestionable adalid de la lengua española. Pues bien, para la Real Academia el adjetivo«amigo/a» denota “que tiene amistad”, aunque también se admite como “tratamiento afectuoso, aunque no haya verdadera amistad”. Esta última acepción, sería la empleada por algunos comensales para llamar al “camarero” –nunca me agradó-, o como analógica a“tío”, “chaval”, etc.: ‘pues el amigo estaba allí comiéndose unas aceitunas –que no olivitas- y disfrutando de una cerveza’. «Amistad»: “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.La amistad nunca es desinteresada, ¿acaso no buscamos siempre algo de reciprocidad?
Dejando las gaitas para los escoceses y las hostias para los curas. Qué definiciones ni qué niño muerto. Qué diccionario ni qué ocho cuartos -serían dos enteros-. Resulta inútil indagar en el significado de estas palabras, puesto que, en realidad, son conceptos lingüísticos indeterminados. Es decir, cada uno de nosotros poseemos un particular concepto de «amistad» y de «amigo»; tantas interpretaciones como personas en el mundo.
Para mí, la vida es una amalgama de puertas giratorias, como las de los hoteles. Las personas las hacen girar a modo de burros de molino. Algunos entran. Otras salen. Algunos permanecen. Los hay que entran y salen con tal velocidad que, a duras penas, somos capaces de asimilar su nombre. La rueda gira y gira, y no se detiene. Una persona nueva en el trabajo, en clase, en el gimnasio, en la discoteca, en el bar, en el club o en las redes sociales; ellas existen pero como si no lo hicieran, pues incluso el aire surgente de las aspas de un ventilador las haría volar hasta perderse en el horizonte. Siendo sincero, no me importa que se vayan; las puertas siempre han estado y estarán abiertas: no me interesan los que vienen y van buscando sombra de este u otro árbol. No creo en el “tanto tengo, tanto soy”, no busco dinero en aquellos que me rodean y confío en que nadie lo buscará en mí, porque se encontrará con agujeros en los bolsillos. Agujeros que solo deseo, que no sean lo suficientemente grandes como para que las llaves sean engullidas por la tela y acaben en el dobladillo, en el mejor de los casos; mis amigos saben bien de lo que hablo. Con el tiempo me he vuelto muy selectivo y solo quiero a personas especiales a mi lado. Creo en la reciprocidad de los actos, creo en dar sin medida y en recibir de igual forma, creo que hay que luchar por atrancar puertas para que no desaparezcan los importantes: “lo siento, me reservo el derecho de admisión de tu salida”; pero, a la vez, creo en las puertas abiertas. Me vuelvo bipolar por momentos, inseguro ante mi desconocimiento del mundo, débil y fuerte, joven y viejo, callado y locuaz, desdichado y feliz, sosegado y nervioso. Pero mis amigos me apoyan.
Un amigo te apoya infinitamente, pero no solo eso. Los buenos amigos te permiten escupir toda absurdez que se te ocurra, porque con ellos los filtros no existen. Los amigos no te entretienen para que el tiempo pase más rápido, sino que te entregan en dádiva horas de vida. Cuando un amigo se cae, los demás lo levantan, ya sea a hostias o a arrumacos, pero siempre con buenas intenciones. Porque en los malos momentos, se ganan buenos amigos.
La amistad es ser calvo y que te camuflen un «te quiero» entre chanzas de Mr.Proper. Que tengas una moto de 12 cv y que para tus amigos sea de 600, o más. Que estés lejos y que, con Skype o sin Skype, se te sienta cerca. Que te canten un cumpleaños feliz en un refugio y con una empanada destrozada como tarta. A los buenos amigos no se les ve todos los días, pero tampoco hace falta, porque, independientemente del tiempo que pase entre visitas, en los retornos nada cambia. Los auténticos amigos son unos cabrones, pero son unos cabrones adorables. Con ellos las despedidas siempre son tristes, pero también alegres, pues son el punto de partida para nuevos y locos planes futuros. Los amigos son «serendipia», hallazgos afortunados e inesperados, pero que hay que mantener. Las faltas de los amigos se terminan escribiendo en la húmeda arena de la playa; al subir la marea, esas faltas ya no importan, solo son un recuerdo sin importancia que la mente terminará borrando. Los amigos nos conocen de verdad; García Márquez, Gabo, lo dijo:“En realidad, el único momento de la vida en que me siento ser yo mismo es cuando estoy con mis amigos»”.
Es cierto, no hay sol eterno ni luna sin pisar, pero siempre queremos que nuestros amigos se queden. Si quieren huir, yo les pinto un camino y les presto mi destino; pero que vuelvan. Los amigos son pocos, y eso es porque la mierda está barata, pero la calidad se paga. A ellos les importa un carajo la suciedad de tu cuarto, el suelo o que no sepas cocinar ni una tostada. ¿Te ha dejado tu novia?, vamos a celebrarlo; no te merece. Los amigos dan luz y te hacen perder el miedo a la oscuridad. Te regalan recuerdos congelados de momentos que se tornan imperecederos, gracias a la reminiscencia en bucle, tan típica de ellos. Da igual verlos una, dos u ochenta veces en un año, porque nada habrá cambiado. La sinceridad sin represión ni castigo. El reloj no marca las horas, porque ellas corren tan rápido que ni la luz puede alcanzarlas. Los pies olorosos y los gases nobles que embriagan una fétida estancia, son solo risas. La cuerda siempre se rompe por el mismo lado, por el de la fricción, pero cuando esto ocurre es bonito saber que tendrás a amigos para mitigar la caída. Son aquellos que nos conocen y, a pesar de ello, no huyen despavoridos.
Este artículo lo escribo mientras reparan el antediluviano autobús, que pretende traerme de vuelta a casa, tras un formidable viaje con mis amici. Mientras espero, observo mi entorno. Las estrellas brillan y el páramo que se extiende tras la carretera, se halla iluminado tenuemente por la luz blanca de la luna; los bomberos se quitan las legañas con los dedos, son horas intempestivas para trabajar; y los dos guardias civiles meten tripa, quizás esperando a que a las señoras le agraden los hombres de uniforme; las chicas gritan asustadas por el estallido de una rueda…y yo no puedo dejar de acordarme de ellos. Dedicado a todos mis amigos. A aquellos que siguen ahí desde los cuatro años y que siempre seguirán, y a los que llegaron más tarde, pero rompiendo puertas.