
José Luis Rúa. Se abrió de nuevo la puerta de la magia en un lugar lleno de encanto y belleza. Un paraje natural que convierte a su edificio central, en un auténtico reclamo para los amantes de la naturaleza y de los misterios que la rodean. El Molino del Pintado se llenaba de puestos repletos de mercancías artesanales y artículos de segunda mano, que además se dejaban querer por quienes esta mañana pasearon y se recrearon por sus espacios abiertos y repletos de agua, en una marea llena que sorprendía a todos.
El mercadillo de artesanía y segunda mano se presentaba de nuevo. Conforme avanzaba la mañana y al mismo ritmo que avanzaba el calor, se iba llenando de gente fiel a esta cita con el ocio y las actividades. Por detrás de los puestos los sonidos inconfundibles de una gaita escocesa que recordaba épocas no vividas pero recreadas en la pantalla. Malcom Mcmillan, ciudadano del mundo, dominador de los instrumentos medievales e intérprete de los sentimientos más recónditos, nos sorprendió no solo con el sonido de sus instrumentos, sino con la potencia y la fuerza de su voz rockera, country y sentimental.

Casi a la misma vez, en el salón de actos, Clemen Esteban presentaba a Eladio Orta y su último poemario, “Ahínco”. Palabras y versos jugando al unísono entre las aguas que rodean al viejo edificio. Eladio, con su personalidad en las palabras, supo también contar alguna de las cuestiones que más le han llamado la atención de este poemario que llega desde la capital del reino. Unos minutos después y ante la sorpresa de todos, el gaitero y su ritmo, rompían los poemas que se unían a la denuncia de muchas voces en varios continentes, para sumar palabras en “ Escritores por Ciudad Juárez”. Clemen, Ana, Isabel, Joaquina, Eladio, Diego o Antonio ( Los Poetas del Guadiana) clamaban con rabia por las injusticias en la ciudad fronteriza, como dice Uberto Stabile una ciudad “Tan lejos de dios”. Y es que clama al cielo el feminicidio que en la ciudad mejicana se produce a diario, sin que nadie repare en ello.
Fotografías colgadas en las paredes. Sillas insuficientes para dar cabida a tanto público fiel. Rapsodas desfilando a los sonidos de la gaita. Una pleamar que se dejaba asomar en la misma plaza del Molino, mientras algunos chiquillos jugaban a los barcos dejando los zapatos a merced de demasiada agua salada. El olor de la comida mezclada con el frescor de unas bebidas deseadas desde todos los puntos de la plaza, y la sonrisa en los labios de quién tiene la responsabilidad de esta actividad, que vuelve con fuerza y nuevos bríos. El mercadillo del Molino abre sus puertas el último domingo del mes y los puestos se ponen a cubierto de un calor impropio de este otoño recién nacido.