Cual si de pronto se entreabriera el día
desprendiendo una intensa llamarada,
por el acero fúlgido rasgada
mostró sus carnes rojas la sandía.
Carmín incandescente parecía
la larga y deslumbrante cuchillada,
como boca encendida y desatada
en frescos borbotones de alegría.
Tajada tras tajada, señalando
la fue el hábil cuchillo separando,
vivas a la ilusión como ningunas
Las separó la mano de repente,
y de improviso decoró la fuente
un círculo de rejas medias lunas.
(Salvador Rueda)
Antonio Martínez Navarro. Extraemos del tomo 12 de la Enciclopedia Ilustrada “Cumbre” una descripción de la sandía:
<<Planta anual herbácea, que produce uno de los mayores frutos del reino vegetal. Es oriunda de África, siendo cultivada desde los tiempos del imperio egipcio. Se ramifica en varios tallos de 3 a 4 metros y su fruto, ovoide y casi esférico, contiene una pulpa roja, acuosa, donde se encuentran las semillas; y está recubierto de una corteza dura y lisa, de color verde unido, rayado o moteado. Su peso alcanza entre cinco y quince kilos. Tiene poco valor nutritivo, pues el 93 por ciento es agua, pero se prefiere por su busto sabroso, muy dulce y refrescante…>>.
Consignemos algunas notas históricas de las andanzas de la sandía en nuestra ciudad. Así, en los años a caballo entre el siglo decimonónico y el pasado, algunos barcos se dedicaban al transporte de diversos artículos. Así, en la biografía sobre Juan Ortiz Bayo, popular marinero de Huelva, publicada por Antonio José Martínez Navarro en el diario “Huelva Información” podemos leer el siguiente texto:
<<…Y no conoció otras actividades que las de arriar e izar las velas de su falúa “San Agustín” y sólo los horizontes de los puertos hermanos de Rota, Sanlúcar de Barrameda y Cádiz y los lejanos del Levante español donde llevaba caballas, sandías y melones cuando el tiempo era benévolo, y en invierno se afanaba a la pesca del choco y a intercambiar productos de Portugal y de Huelva. Y a base de esfuerzos y de golpes de mar fue adquiriendo los barquichuelos “María Dolores”. “El Motorcito”, “San Juan”, “Las parejas de la caballa”, “El Falucho” y “El Siglo”, que había que dejarle uno a cada
lujo…>>.
A mediados de agosto de 1929, la Plaza de Abastos aparecía envuelta en una oscuridad impresionante. Al amparo de la falta de luz y confiando en la falta de vigilancia, el 18 de agosto, según leemos en el diario “La Provincia”, un ladrón pretendió acceder a un montón de melones y sandías que estaban apilados, como era habitual en este Mercado en aquellas fechas, con la intención de apoderarse de uno o varios de ellos que el calor apretaba y aprieta, pero el hambre mucho más:
<<…Pero he aquí que surgió un guarda y hubo de llamarle la atención.
El sujeto rechazó a este guarda llegando a esgrimir una navaja con la cual agredió en el pecho al citado vigilante, dándose a la fuga.
El guarda, malherido, alcanzó por su propio pie la Casa de Socorro donde fue atendido por los médicos de guardia. Se trata de Francisco Millán Camacho, de 40 años de edad y con domicilio en la calle Joya.
El agresor resultó ser Antonio Moro Botella, de 17 años de edad, con domicilio en la calle F, número 24, del Barrio Reina Victoria…>>.
En estos años de las décadas de los veinte y treinta era una estampa típica en el Mercado los grandes montones de sandías adosados, día y noche, a su fachada. La juventud de la época, en reuniones, se compraban una gran sandía y en las calurosas noches de verano, y al olor del salitre del río, se la comían en la arenilla, fina como el oro, que se encontraba donde hoy se sitúa el muelle embarcadero.
Durante la guerra civil (1936-1939) uno de los mejores locales para adquirir la suculenta y fresca sandía fue el bar “Las Delicias”, local que permanecía cerrado en el citado periodo y donde además del rico fruto citado se vendían melones, boniatos y otros productos del campo. Pero, continuemos citando unos renglones la historia de este establecimiento y precisemos donde se ubicaba: Este bar mantuvo su prestigio hasta que en 1958 abrió sus puertas en el espacio que en la década de los noventa ocupaba “Arcos”, en la Avenida de Federico Molina Orta y de José Fariñas, junto a lo que fue Bar “Las Delicias” un nuevo bar con el mismo nombre, que cerró las puertas en 1966. El tercer bar, vigente hasta los años finales de los noventa, se inauguró en 1988 continuando como titulares Vicente, Andrés y Manuel Beltrán.
En los primeros años de postguerra, la medicina empírica indicaba que la sandía era apta para ser usada como medicina propicia. Así, el Jarabe de Sandía tuvo muchos seguidores ya que acababa o aliviaba, entre otras enfermedades, con el estreñimiento y la próstata. Así, en el diario “Odiel” del 30 de enero de 1946 “El Duende de la Placeta” le decía a sus lectores con aquel aire desenfadado que lo caracterizaba:
<<Primero levantaron los médicos los sulfamidas, luego la penicilina y ahora el jarabe de sandía.
A este paso, nadie sabe dónde puede llegar la ciencia y quizás nos sorprenda un día con que pueden curarse hasta el catarro y los sabañones, esas dos terribles plagas que viene padeciendo la humanidad desde que era chiquitita.
A la vista de los últimos adelantos, puede asegurarse que, dentro de pocos años, los niños nacerán todos con dos cabezas, irán a tomar café a la plaza, y sólo podrán morirse de aburrimiento o de risa, que son dos maneras de morir cual más agradables.
¿Será el jarabe de sandía la panacea universal que buscarán los doctores de todos los tiempos? ¿Quién sabe?
Y ahora, se me ocurre una idea: ¿Cuánto costará una de estas cucurbitáceas en la próxima temporada? La demanda de las clínicas serán enormes y acaso convenga seguir abriendo agujeros en la plaza de la Merced y sembrarla toda de sandías para atenciones del hospital. De cualquier manera, todos debemos alegrarnos de esta notable simplificación en la Medicina. Nada de pinchazos ni rayos ultravioletas: seis pipas de sandía a tiempo, y más listo que un reloj. Mientras desintegran a uno o no lo desintegran, la vida presentará siempre un magnífico golpe de vista>>.
Se van sucediendo las certificaciones de las obras hasta un total de nueve y, por fin, en junio de 1952 estaba construido el coquetuelo edificio, cuyo armazón es de hierro y el piso de Portland, siendo de madera únicamente lo que en lenguaje “de plaza” se llaman cajones.
<<… De construcción moderna –informaba el “Odiel”-, el mercadillo de la Merced se encuentra dotado de las mejores condiciones higiénicas. Cuenta con un amplio patio central. A la izquierda de ese patio existen tres accesorias para la venta de quincalla y, en la parte de la derecha, se ha dispuesto de una nave donde se han instalado puestos de sandías y melones.
Trasladémonos, con el poder que nos otorga la pluma, a los años cincuenta del siglo pasado y seamos uno de aquellos esforzados onubenses que se desplazan a la playa de la Punta del Cebo o Sebo. El tren se va deslizando lentamente, hasta llegar al Muelle de la Compañía de Riotinto, donde el maquinista vuelve a tirar de la cadena con frenesí. Las fuertes pitadas hacen apartar del camino a unas gallinas que tranquilamente picoteaban en las inmediaciones. Mientras tanto, dentro de los vagones todo es alegría y buena amistad. Mantas, sandías, botijos, pelotas, sombrillas y bastones, se confunden con la abigarrada muchedumbre que se asoma como puede por las ventanillas de los vagones. El paisaje se hace agradable. Enormes eucaliptos, sembrados allá por los años diez, nos cortejan por el camino. El trayecto, paralelo a la ría por la Avenida de Francisco Montenegro y a unos pasos de la orilla del Odiel, con sus aguas tranquilas.
En la sesión municipal del día 10 de mayo de 1980, se toma el acuerdo de prohibir toda venta ambulante de productos alimenticios, a excepción de melones, sandías, naranjas, espárragos trigueros, rábanos, tomates, pimientos, lechugas, habas, patatas frescas, plátanos, fresas, limones, berenjenas, zanahorias, avellanas, almendras, castañas, nueves, piñones, bellotas, y de productos de confitería, tortas y derivados.
Como curiosidad, añadamos que a partir de las Fiestas Colombinas de 2007 estableció sus reales en el recinto festero un industrial catalán que vendía y vende jabones con aromas a sandía, pepino, geranio, algas…
En estos años iniciales de la veintiuna centuria, esta permisividad en la venta de los artículos hortícolas se sigue produciendo, tanto en puestos informales establecidos en plena calle como los que van vendiendo, legal o ilegalmente, su mercancía (en verano y sobre todo melones y sandías) transportada en furgonetas. En la actualidad, la sandía está presente en todos los establecimientos de alimentación, en la que se puede comprar entera, media y, en ocasiones, en cuartos de unidad. Y, como decía el poeta Pablo Neruda, disfruten ustedes de ese “… ¡Cofre de agua, plácida reina de la frutería, bodega de la profundidad, luna terrestre…!”, llamado sandía.