Manuel Padilla. Anoche me fui a la cama satisfecho, después de haber repasado mi lista de deseos y de haber rescatado de ella el número 3. El número 3 es el que dice “deseo no juzgar a las personas”. Lo leí varias veces y después lo reescribí ampliado para tuitearlo hoy. Me quedó chulo: “Deseo vivir sin juzgar a las personas y así, libre de la necesidad de valorarlas, entregarme a la aventura de conocerlas”.
Tras esto, continué dictando a mi teléfono notas de voz para que me las pasase a texto escrito. Le digo: “Si quieres saber quién es fulanillo, dale un carguillo”. Mi teléfono en ese momento escribe literalmente: “Si quieres saber quién es fulanillo, dale cariño”. ¡Es más mono!
Quería dar soporte intelectual a mis ideas, y va mi teléfono y me propone jugar al giro inesperado. Pues … ¡acepto!
“El roce hace el cariño”. Anda, escríbeme eso. Y va el aparatito y lo escribe: “El roce hace el cariño”; con la primera en mayúsculas y todo. Si es que en el fondo estamos de acuerdo. Las cosas que le dicto a mi teléfono son las ideas sueltas que voy barajando para luego escribiros, en esta ocasión sobre cómo “Conocer a las personas”.
Conocer a las personas verdaderamente es, para mí, una aventura apasionante, compleja y delicada. Si de algo os vale lo que la vida me haya enseñado al respecto (hasta el día de hoy) aquí os ofrezco algunas pinceladas. Perdonadme si se me olvida algo importante, pero la extensión y el medio me ponen límites.
Ciertamente creo que conocer a una persona, por lo difícil que resulta, es una tarea que requiere práctica. Así que para practicar va uno y lo hace con uno mismo y encima cumple con el precepto griego “conócete a ti mismo”. Intentadlo si os apetece aunque está complicada la cosa.
Yo, que por mi forma de ser soy constante en esta materia, llevo ya casi unos 50 años intentándolo y creo que me queda todavía un ratito. Menos mal que entre reflexión y reflexión encuentro tiempo para las tareas del día a día, que si no iba a tener el cesto de la ropa sucia a rebosar y una montaña de camisas pendientes de plancha.
Primera conclusión: Conócete a ti mismo, sí, pero cuando pases de los 30 empieza a pensar que lo interesante está en el camino y no el destino final. Hazme caso: Ve conociéndote y, mientras tanto, ve haciendo cosas chulas por ti y por aquellos a los que amas.
Y hazle caso también a tipos como Sergio Fernández (@sergi_fernandez) que en su libro “Vivir sin Miedos” nos indica que sólo conoce dos formas de vivir: Desde el miedo o desde el amor. Fácil la elección, ¿verdad? Fácil elegir y difícil ser consecuente con lo elegido, pero el resultado mola porque es lo que nos mantiene en ese camino del vivir conociéndonos a nosotros mismos que tan agradable nos resulta. Te lo recomiendo: vive desde el amor a ti mismo y a los demás.
Segunda conclusión: merece la pena tomar la decisión de vivir desde el amor. Es una decisión que tendrá consecuencias en cada unos de nuestros gestos, de nuestros actos, de nuestras decisiones, que influirá en nuestro modo de mirar. Vivir desde el amor y sin miedos es vivir abierto a la experiencia de conocernos a nosotros mismos y aceptarnos para emprender el camino de desarrollar todo nuestro potencial.
Conocernos y conocer a los demás implica vivir desde el amor, así que si quieres saber quién es fulanillo, dale cariño (sí, como sugería mi teléfono), de otro modo no es posible conocerlo. Aunque le demos ese carguillo que va a acabar demostrando sus limitaciones, sus flaquezas, sus dificultades para superar dificultades, solo vamos a saber que el tal fulanillo es humano y eso, por ser bípedo y lampiño, ya se le iba suponiendo. Así que la prueba del ‘carguillo con cariño’ sí que nos puede ofrecer una medida de la comprensión profunda que soy capaz de desplegar ante el amigo-fulanillo, sus pequeñeces y sus grandezas. Dar cariño es la verdadera esencia de conocer profunda y verdaderamente.
Tercera conclusión: los humanos sólo conocemos desde el amor. Y claro, amando tanto, uno transforma eso que desea conocer, pero como con eso contamos, tras todo el proceso de conocimiento, descontamos lo aportado por nuestra entrega de amor y el resultado queda todo lo objetivo que puede para un ser humano. Al final, hemos conocido y no nos engañamos a nosotros mismos.
Y en este punto vuelvo a mi deseo número 3, el de no juzgar al prójimo. No juzgar es una gran muestra de amor, porque implica dejar al otro ser como es: Aceptarlo, comprenderlo y no pretender ni por asomo cambiarlo ni una pizca. Y no es fácil, oiga, que a mí, en cuanto me descuido, me sale el moralista que educaron en mí cuando yo tenía edad de prepararme para la primera comunión. Así que, a veces se me escapa el juzgar y mira que me lo hago mirar con frecuencia, pero se me escapa. Pido perdón de antemano porque se me escapa, de verdad que lo hago sin querer. Me lo seguiré revisando hasta que lo tenga totalmente controlado y prometo hacerlo mejor con mis hijos de lo que mis padres hicieron conmigo.
Y con esto llegamos a la cuarta conclusión: para conocer de veras como los humanos podemos conocer, es preciso dejar de juzgar moralmente.
Os invito desde aquí a emprender la maravillosa aventura de conocer bien a fondo a las personas a las que tenéis más cerca y a las que más amáis. A todos no, porque, según me han dicho, es bastante difícil. Para hacer prácticas, comenzad por vosotros mismos y hacedlo por amor, sin juzgar, con paciencia y perseverancia. Y cuando vuestro teléfono de última generación os escriba mal una palabra, pensad dos veces si verdaderamente es un error o un giro inesperado del destino que os quiere ofrecer un camino alternativo para experimentar nuevos puntos de vista desde los que contemplar esos bellos paisajes que al fin llamaremos VIDA.
Manuel Padilla
Psicólogo
autor del Blog Perssonal (www.perssonal.es) sobre
Psicología Práctica para la Salud y el Bienestar.