Confesiones

Benito A. de la Morena. Aún me acongoja la imagen de esa joven criatura tendida en el suelo de la Gran Vía, en la cálida noche madrileña.

Serían las diez y media cuando percibí la quietud de su cuerpo tirado en medio de la transitada acera que, en un ir y venir acelerado de gentes, provocaba el riesgo de choque con su cuerpo inmóvil y tendido.


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Cálida noche, frío su cuerpo y frías las almas de los que por allí pasábamos con la mirada furtiva hacia el “hermano”, al que ni tan siquiera pretendíamos socorrer.

Y sentí miedo de acercarme hasta su cuerpo pues temí constatar que se habría muerto, y busqué el auxilio de un gendarme con el que redimir mi culpa, y al no encontrarlo, me confundí entre el gentío huyendo de esa imagen, huyendo de mí mismo; y hoy, en soledad, lloro por no haber sabido ser humano.


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Han pasado varios días del luctuoso suceso y no sé si el joven está vivo o está muerto, pero yo sigo sufriendo y, como buscando un resquicio con el que soslayar mi angustia; quiero pensar en que el sufrir me redima de mi penas y me devuelva la “vida” que abandoné en ese instante que perdí la humanidad.

Sufrir en silencio es vida, es el sentir que algo florece dentro de ti y que te anima. Es volver a revivir el momento del “pecado” y reconocer que eres sensible a la pena y al dolor ajeno; es como el despertar de la pesadilla del mal sueño que te reclama la deuda impagada por tu debilidad. Y tras el sufrimiento llega el llanto restaurador que alimenta tu congoja, aunque sea tarde, pues el daño ya está hecho.

Gracias, joven moribundo, por haber empleado tu escaso tiempo en redimirme; gracias, joven desconocido, por haberte apiadado de mi alma al cruzarte en mi camino; gracias, gracias, gracias por hacer que me sienta pecador arrepentido. Y allí, donde estés, acuérdate de velar por los que no sabemos usar el alma en favor de los desatendidos.

1 comentario en «Confesiones»

  1. Amigo Benito: Son tantas las veces que esto ocurre, que ya lo tenemos por habitual.
    Y esto es lo grave, que consideremos habitual nuestra quietud ante hechos urbanos como el que narras.
    Ahí debería la sociedad poner el énfasis, porque es la sociedad la responsable de que existan estas situaciones. Indignante que una ciudad acoja sin ruborizarse a personas en situaciones muchas veces extremas, sin que se le muevan los sombrajos de la vergüenza administrativa. Si es que esto existe.
    Nosotros somo solamente testigos dolidos e impotentes de estas situaciones. aunque nos avergoncemos de no haber hecho más. Pero es que no podemos ni nos dejan. Debo reconocer que en alguna ocasión he sentido el mismo dolor y remordimiento que tú, por hechos semejantes.
    Pero de ahí no podemos pasar. Y miserable aquel que no tiene en sus recuerdos la vergüenza de un hecho de este tipo. Creo que solamente nos queda lo que tú has hecho: Enriquecer tu personalidad con deseos de mejorar nuestra presencia en esta sociedad malvada.
    Yo también recuerdo haber sentido lo mismo en varias ocasiones. Y los demás también, aunque no lo digan.
    Mi abrazo solidario de siempre.

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