HBN. Fin de semana de emociones, culminación del ciclo iniciado por la Cruz Grande, al que la gente de Alosno ha rendido nuevamente tributo continuando con una tradición ancestral que, junto con otras singulares, conforman la identidad de la privilegiada Cuna del Fandango. Doce cruces, labradas con la ilusión y el trabajo de las agrupaciones, en las que las mujeres tienen un protagonismo especial. Doce de la noche y las reuniones de hombres con sus guitarras y voces afinadas inician su camino por las calles alosneras adornado la velada con cante de verdad. El canasto de mimbre por detrás contiene bebidas para refrescar las gargantas y andando por las callejuelas son muchas las paradas para recrearse en los fandangos en el sitio en el que mejor se pueden cantar del mundo: Alosno.
El reinado andevaleño del cante juega en esta noche especial a una combinación mágica de música, luces, colores y arte. El testigo de siglos tomado por las mujeres de hoy, mayores y casadas, casaderas, y niñas, envuelve la liturgia que parece inmutable en el tiempo. Colás que reflejan el esmero de las que las cuelgan y el respeto y admiración de quienes las visitan. Las «perrillas pa la luz» en los bolsillos de los hombres que caminando las calles alosneras van buscando precisamente la luz que frente a la oscuridad de la noche se abre en las amplias entradas de las colás.
Llegando a las mismas por un momento se entremezclan los cantes con panderetas y palillos de las mujeres que están adentro y las seguidillas o fandangos que traen los hombres con sus guitarras. Varias de estas se sitúan en el centro al fondo de la Colá y comienza el rito de las seguidillas bíblicas o punteás en las que los hombres de la reunión sacan a bailar a las mujeres que esperan sentadas, y que no pueden negar la invitación. Fuera espera quizá otra reunión su turno.
En esta fiesta de la convivencia puede sacar a bailar cualquier hombre a cualquier mujer, independientemente de su edad, y no tiene que ser necesariamente del pueblo para poder hacerlo. Una vez que finaliza el baile, el hombre tiene que abonar ‘una perrilla pa la luz’, un honorario simbólico para que se puedan afrontar los gastos que supone el mantenimiento del salón y el montaje de la cruz.
A medida que avanza la noche se producen los cruces y piques donde sale el arte más puro a relucir. Estampas y sonidos únicos que constituyen un privilegio para esta provincia.