(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
Marcelo, ese amigo que ha sido compañero eficaz en todas nuestras rutas casineras, está muy sensibilizado ante el recuerdo de sus años mozos en los salones de los casinos.
Por eso, cuando me invita a un café en un casino del que ambos éramos socios, yo sabía que el café no resultaría gratis. Era el pretexto para poner sobre la mesa, junto a la taza y la manguara, el placer de recuerdos comentados en la confianza de la amistad.
Uno se calla la mayoría de los sentimientos, porque no tenemos derecho a «dar la vara» a los semejantes en temas que no le son propios. Pero cuando la relación mutua es de amistad que comparte motivos, está permitido el pequeño abuso de confianza.
Y nos sentamos en una mesa del rincón que era nuestro preferido en tiempos pasados y le ayudo para comenzar a sacar su teatro interior. Ese teatro que todos llevamos dentro y que sólo aflora en la propia intimidad.
Marcelo analiza la manguara con mimo respetuoso y comenta con ella lo que quiere que yo oiga. Es el goce propio de nuestra memoria no publicada. Para eso están la manguara y los amigos.
– Aquí te conocí, cuando eras un recién llegado al Casino. ¿Recuerdas? Y en esta mesa perdiste la primera partida de dominó, por tu osadía de enfrentarte a «los mayores».
Efectivamente, en esta mesa comencé a saber que las batallas casineras se empiezan perdiendo, porque hay que entrar con humildad en estos lugares.
– Recuerdo que fue en la Navidad de aquellos años sesenta. Vuestra pandilla teníais el Casino como lugar soñado, con citas míticas en fechas señaladas de Navidad. Por eso os hicisteis socios en cuanto lograsteis llegar a la edad obligatoria.
Recuerdo a Marcelo en aquellos años, de una edad relativamente joven, asiduo a las partidas de dominó y gallito en la mesa de billar.
– Cuando te conocí, había aquí bailes en varias fechas de Navidad. Estar fuera de casa después de las 10 en invierno, no era habitual ni estaba permitido en las familias bien. Pero en Navidad, os poníais las botas al amparo de los bailes del Casino, que servían también para aprender a bailar, porque no teníais ni idea.
Marcelo menciona aquellas fechas y aparecen mis recuerdos, con el Casino lleno, las mujeres todas sentadas en el perímetro del salón y una orquesta sobre un estrado montado para tal motivo.
Eran tiempos del pasodoble, del bolero y del incipiente cha-cha-cha. Pero lo lento era lo preferido, porque era fácil de aprender y porque era una forma permitida de acercar los cuerpos. Lo de «bailar pegados» que hoy se reclama en alguna de las canciones actuales.
Eran bailes que daban color y sabor a unas fiestas que tenían dos vertientes: La religiosa y la pagana. La religiosa, con el magnífico rito popular de los villancicos callejeros y la pagana, que era el colofón sensual y vivo a días vestidos de tradición familiar.
– A veces me acercaba a otros pueblos, invitado por los amigos, con los que compartí los bailes de muchos casinos, todos iguales en su concepción festiva, pero con el ambiente peculiar de cada pueblo. La sencillez de los casinos mineros, el alarde indumentario de los casinos del Condado, la cercanía familiar de la Sierra, … Pero en todos se vivían unas horas de cuento soñado, porque las orquestas ponían la música que hacía soñar.
Marcelo se dedica unos momentos a revivir esos días, para terminar poniendo cara de asombro y admiración, cuando una figura que ya no «suena» le vino a la mente.
– Y los sochantres, que tenían mucho que decir en aquellos días navideños y que hacían «doblete» en la iglesia y en el casino.
En Huelva, orquestas como Molero, una de Riotinto, el coro de La Zarza, … y tantas otras que esos días llenaban de sonidos deseados los salones de los casinos, han dejado huella en las memorias y compromisos en las parejas. Muchos de los actuales socios de los casinos de Huelva son hijos de la música de estas orquestas y del embrujo que se vivía junto a las copas de menta, el sudor de las chaquetas preceptivas y los regresos a las casas una vez terminada la noche mágica.
Eso eran los casinos en Navidad. No hay en los pueblos navidades sin baile en los casinos, porque en ellos se ha centrado toda la vida activa de los ritos y de las efemérides. Casinos de socios todos los días y casinos de todos cuando la Navidad llamaba al colofón de la celebración religiosa.
Quedan las fotos, escasas fotos, de aquellos villancicos cantados por las pandillas alrededor de un cura que le gustaba dirigir y los bailes en el salón, en los que nadie nos dirigía. Reinando la sensación de libertad que nos daba la música, la noche y el sabor pícaro de la menta.
Y «sacar a bailar» a la amiga en compañía de otro amigo, porque solos no sabíamos. O no nos atrevíamos. Aprender a bailar con ayuda de Virginia, seguir con Ana y su melena corta o intentarlo con aquella canaria resultona que sembraba de inquietudes a las amigas de nuestra pandilla. En todos los pueblos había una Virginia, una Ana y una Amparo, la que llegó de otros lugares para irse pronto.
Navidad en los casinos o casinos para la Navidad. Porque en todos los pueblos se esperaba la Navidad con un cierto anhelo, con la confianza de que el casino sabría darle la pompa adecuada a nuestra «devoción» en esos días del tránsito invernal.
Iglesia y casino comparten espacio público para sus fachadas. Para ayudarse y para inspirarse. Como sedes de las versiones religiosa y pagana del alma de los humanos.
Marcelo, pagano confeso y buen casinero, deja caer en susurro una última reflexión:
– ¿Y cómo se las apañarían en los pueblo sin casino?
Pues como se las apañaba uno cuando no tenía nevera, bebiendo del búcaro. Pero un casino siempre es una garantía de que la Navidad tiene dos templos: Para el rito religioso y para el rito pagano, que ambos son ritos de enjundia.
Menos mal que no hay que declarar las preferencias …
2 comentarios en «Casinos y Navidad»
Supongo que en Belén no hubo casino en el que celebrar la natividad del Señor y de ahí lo del pesebre al que acudieron los “Magos” y pastorcillos. No sé si cantaron villancicos, pero sí se dice que Herodías, la esposa de Herodes, con su hija Salomé celebraban fiestas y algaradas algo reprobables, en las que la pandereta y la zambomba brillaban por su ausencia.
Menos mal que en los casinos de nuestra querida Huelva la algarabía navideña se retomó, con tintes paganos o religiosos, pero todos adorando al recién nacido que, para muchos, sigue siendo la esperanza ante las incomprensiones del mundo actual.
Para Don Benito de la Morena y para todos aquellos que tengan su extraordinaria sensibildad social, nuestro abrazo más entrañable.
No me privo hoy de recomendar aquí un excelente artículo de nuestro amigo Benito en este mismo medio: https://huelvabuenasnoticias.com/2014/12/09/hablemos-de-pillos/
Y que la Navidad actual sensibilce a los no socios ante la situación delicada de algunos casinos. No debe olvidarse que han sido y son el ecaparate más valioso de un pueblo.
Y de sus valores patrimoniales.
Dime cómo es el casino de un pueblo …