José Luis Rúa. El barrio alto de Ayamonte, La Villa, llegadas estas fecha no solo engalana sus calles de farolas y banderas de todos los colores y tamaños, sino que cubre sus paredes blancas de macetas que le dan un toque de color y una sensación a clásica calle andaluza de pueblo bonito, lo mires por donde lo mires.
Y llegada la noche del sábado, la cita y la curiosidad están en su calle principal, la calle Galdámez. Durante la caída de la tarde hubo sus actividades, sus encuentros y su divertimento para todas las edades. A la caída del sol, cuando las farolas se hacen presentes, las aceras se quedan pequeñas para dar cobijo a tanto entusiasta, curioso y entendido, porque de todo se escucha al llegar el momento, se convierte en el momento mágico.
En primer lugar desde la parte más baja de la arteria principal del barrio, se dá la salida a la carrera de bicicletas. Colorido que se aprecia incluso con la poca luz. Las bicis silenciosas preparadas para la gesta y el esfuerzo al máximo cuando suena la palabra que les dá la salida. En lo más alto de la calle el juez de meta tomando nota del orden de llegada. Las gentes aplaudiendo el esfuerzo y el apoyo de amigos y familiares ofreciendo líquido para sed y toalla para el sudor, todo producto del esfuerzo y la buena temperatura.
El momento álgido de la noche está a punto de producirse. Han estado muchos minutos calentando el espíritu y acariciando a las bestias. Han sido fotografiados y golpeados cariñosamente tanto en la cabeza como en lo ijares. Poco a poco se van a sus puestos de salida, en orden, pero con una enorme tensión producto de la mucha competitividad. La carrera de burros está próxima a dar comienzo. Más gente que nunca en el recorrido. Más curiosidad que otros años en las aceras.
Y de golpe y porrazo catorce asnos de distintas edades y tamaños, montados por sus dueños o jinetes prestados, hacen que la calle se convierta en una carrera única en nuestros tiempos, la Carrera de Burros. Una pendiente similar a la del Tour Malet, un griterío superior y más aplausos y gritos de apoyo que en cualquier final de cualquier deporte de masas. El sueño se ha cumplido. La tradición se mantiene y en el ambiente, el espíritu de nuestro amigo, Curro de la Villa, velando porque su obra no sea efímera sino imperecedera, como su recuerdo.
Y llegada la noche, suena la música, el tren de la bruja gira buscando nuevos viajeros. El carrusel se detiene de vez en cuando. Los chiringuitos rebosan vida. Una voz va nombrando a los ganadores de las pruebas celebradas. Los aplausos, las sonrisas y la música de la orquesta se hacen dueños de una noche donde el viento del norte, por esta vez, está siendo más considerado que nunca. La noche se hace larga para compensar que la vida se va haciendo corta y cada luna llena de agosto nos lo viene a recordar. El barrio de la Villa está de fiesta.
Fotos: José Luis Rúa.