Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro “Casinos de Huelva”.
Miguel Mojarro.
Cuando uno está en Aroche, frente a los sugerentes Cerros y la tentadora dehesa, surge una nueva inquietud: ¿Y si salimos del entorno de los montes y vemos qué hay al otro lado, hacia las tierras lusas?
Nadie se aleja de Aroche hacia el oeste, a menos que su destino sea Portugal. O que se deje vencer por la atractiva inquietud de una frontera poco frecuentada. Y por un punto en el mapa, que dice que allí hay un lugar con nombre prometedor: El Rosal.
Y se va dejando poco a poco el misterio de los Cerros, para abrirse el panorama entre cercados de piedra y algunas cabras que se asustan a nuestro paso. En una suave bajada que nos indica que estamos dejando atrás el Parque serrano.
Y llegamos a una localidad ciertamente original, con ese aspecto callado y colorista que tienen los puntos fronterizos, aunque éste ya no realice esa labor de control oficial. Una carretera que transita sin solución de continuidad, para adentrarse en tierras de habla diferente, aunque de costumbres compartidas.
La calle, la única calle realmente, se ve flanqueada por casas de innegable corte andaluz que dejan un poco atrás el tipismo serrano, para adaptarse bien a un terreno abierto y atractivo. Calle que es de obligado cumplimiento por cuantos vehículos o personas la recorren. Es camino hacia Portugal pero también paso de cuantos se desplazan en el interior de la localidad.
Y en medio, un ensanche. Las casas laterales han dejado paso de pronto a una doble plaza. Con cuidada armonía, limpieza que nos dice que estamos en el corazón urbano y edificios singulares que sugieren un paseo visual por ellos, recreándose uno en su curiosa belleza.
Uno de esos laterales del ensanche, luce unos arcos que soportan una balconada corrida realmente bella. Y sillas y sillones en la acera, amplia acera que se viste de plaza, nos indican que allí hay «sentadas» en el sosiego y charlas con los ojos pendientes de lo que se mueva por la plaza.
Es el Casino. Con una acera que lo pone en peligro, porque uno siente la tentación de no entrar y quedarse a disfrutar de uno de los «salones exteriores» más hermosos de Huelva. Atractivo y colorista fuera de los arcos e íntimo bajo ellos. Por eso está siempre lleno de socios que aprovechan este «salón» para disfrutar de un asueto sosegado que en El Rosal adquiere categoría de placer.
Uno siente envidia por no tener siempre a mano un lugar como éste en un sol de atardecer como el que se marcha hacia Portugal en las tardes de una primavera increíble. Por eso siempre queda la convicción de que pronto se volverá a este Casino, una vez que ya tiene uno compañeros de tertulia y una horas robadas a las obligaciones. Aquí hay que venir con todo hecho, sin cargas de un reloj que avisa impertinente, ni prisas por llegar a ninguna parte.
Y sentarse. A charlar o a mirar. O a estar con amigos sin decir nada, que para eso tenemos delante el mejor balcón a la vida local. A mirar, que para eso están los casinos. Y de vez en cuando, decir algo que no incomode.
Enfrente, Iglesia y Ayuntamiento, como debe ser. A la vista, pero sin mezclarse con los que miramos desde el Casino. El Casino está aquí para verlos en una vigilancia socarrona y grata. Es como si el Casino hubiera asumido el papel de inquilino de una azotea privilegiada, desde la que se mira (y se ve) todo lo que pasa por el pueblo y en el pueblo. Hacia Portugal o hacia las gestiones municipales. Desde Portugal o desde los ritos en la Iglesia.
Y dentro, un bar de entrada directa, para todos, de aspecto limpio y sugerente. Y bien atendido por personas que saben su oficio y que pronto se convierten en amigos de toda la vida.
Al fondo una puerta que conduce a las interioridades de la sociedad casinera, donde se juega una partida de dominó o se lee la prensa en silencioso placer. Amplio salón que no se parece en nada a sus parientes de otros casinos de Huelva. Bueno, tal vez algunos genes compartidos con su pariente al sur de La Raya, Ayamonte, con algunas muestras de la cercanía lusa. No en vano en El Rosal hay matrimonios mixtos que permanecen desde la época en la que las relaciones comerciales hacían parejas familiares. Hoy el comercio ha cambiado de sentido, pero las parejas son ajenas a esta circunstancia.
Paredes de zócalos peculiares y una arcada ligera que aporta al salón sitios de más intimidad para las partidas o a charla. Y un altillo al fondo, que muestra el señorío de una mesa de billar que domina el salón desde su aposento de dueña y señora. Como debe ser.
Por cierto, este Casino tiene una circunstancia que solamente se repite en otro casino de Huelva, el de La Zarza: Su Directiva está presidida por una mujer. ¿Puede ser este «el comienzo de una amistad» entre casino y mujer?
El Rosal de la Frontera tiene un Casino que es joya para sus socios y envidia para los que lo visitamos de vez en cuando, aunque no tantas como deseamos. El Casino de El Rosal está puesto al final de un Parque Natural y al comienzo de ese vecino luso de colorido atrayente. Pero a veces uno siente la tentación de quedarse en El Rosal, cerca de la Sierra y al lado de Portugal, pero sentado en la hermosa terraza que controla lo que es de allí y lo que va hacia este u oeste.
El Casino de El Rosal es para ir. Luego cada uno decide lo que hace.
Equipo Azoteas
www.azoteas.es
2 comentarios en «El Rosal de la Frontera. Convivencia en La Raya»
Dicho todo de esa manera, ¡como no visitarlo!. Un lujo leerte y enriquecerse con el descubrimiento que nos brindas periódicamente a través de los Casinos. Un cordial saludo
Gracias Benito. El lujo es tener lectores que, como tú, valoran este patrimonio y poseen la sensibilidad social necesaria para disfrutarlo.
Espero que cada semana podamos aportar algo de nuestra experiencia, a través de nuestro proyecto «Casinos de Huelva», para que la antropología se abra paso entre tanta dificultad.
Escríbenmos a «[email protected]» y te enviaremos información más amplia del proyecto.
Gracias de nuevo, feliz 2014 y un fuerte abrazo de nuestro equipo.
Azoteas.es.-