Mari Paz Díaz. Lola Rodríguez es una moguereña que salió de Moguer a los 18 años, cuando se marchó a Granada para estudiar Traducción e Interpretación. Tras hacer tres años de la carrera entendió que su inglés no era lo suficientemente bueno y decidió hacer un paréntesis de un año para irse a Estados Unidos y perfeccionarlo. A partir de ahí, Lola comenzó una aventura por diferentes países que le ha llevado a convertirse en una auténtica ‘Onubense por el Mundo’.
Y es que Nueva York, Bruselas, Pekín, Shanghai y Dublín son los principales destinos en los que ha vivido esta onubense que desde diciembre de 2011 está trabajando en el Instituto Cervantes de Dublín. Su aterrizaje en Irlanda se debió a que después de ser contratada en la Biblioteca Miguel de Cervantes de Shanghai, en China, se enamoró de la labor de esta institución dedicada a la difusión del español.
Licenciada en Traducción e Interpretación, así como en Humanidades, esta joven nos cuenta sus aventuras en los diferentes países que ha visitado, lo que le ha aportado cada una de las ciudades en las que ha estado y sus deseos de volver algún día a Pekín. Porque, tras diez años fuera de España, a esta moguereña le gustaría seguir conociendo mundo y no tiene muy claro cuál será su próximo destino. Eso sí, nunca olvida ni su tierra ni a su familia, por lo que espera regresar en un futuro a España.
-¿Cómo fue tu primera experiencia fuera de España?
-Me marché a Estados Unidos. Estuve de au pair a las afueras de Nueva York, una opción barata y fácil. Durante el día cuidaba de los dos niños de una familia prototípica americana y por la noche iba a la universidad. Como primera estancia larga en el extranjero fue dura, pero volví con la misión cumplida. A mi regreso acabé la carrera entre Granada y Salamanca con una beca Séneca. Y pronto me fui a Bruselas tras los pasos de un belga que había conocido en el último año de carrera, una historia que duró poco, pero que me colocó en la senda de un viaje apasionante que aún no ha terminado.
-¿Qué tal fue tu aventura en Bruselas?
-A Bruselas llegué en 2002. Estuve un año trabajando de profesora de español hasta que conseguí un puesto administrativo en una de las instituciones que componen la representación permanente de España en la Unión Europea. Entonces conocí a Mario, el que sigue siendo mi compañero de vida y de viaje.
-¿Cuál fue tu siguiente destino?
–Después de casi 4 años en Bruselas, Mario y yo hicimos las maletas y nos fuimos a China. No queríamos perdernos el despertar del gigante asiático. Dejamos nuestros trabajos fijos en Bruselas, vendimos los muebles y nos fuimos a Pekín con un visado de turista de tres meses y un librito de chino conversacional debajo del brazo. La ciudad estaba patas arriba preparándose para las Olimpiadas. El choque cultural fue brutal, ya que incluso el lenguaje corporal de los chinos es diferente. Cualquier hecho cotidiano se convertía en una aventura: pedir comida en un restaurante, ir a la peluquería, identificar un brick de leche en el supermercado… En Pekín pasamos tres meses estudiando chino y luego nos fuimos a Shanghai.
Allí estuve casi 2 años estudiando chino en la universidad, hasta que empecé a trabajar en la Biblioteca Miguel de Cervantes de Shanghai, perteneciente a la red del Instituto Cervantes. Disfruté muchísimo ese trabajo y cuando se me estaba acabando el contrato tuve claro que tenía que seguir en el Instituto Cervantes.
-De hecho, ahora sigues trabajando en el Instituto Cervantes…
–Sí. Fue esa determinación la que me trajo a Dublín, donde estoy desde octubre de 2011. Entre medias pasé unos meses en el Departamento de Cultura del Instituto Cervantes de Pekín con una beca. Fue como cerrar el círculo antes de volver a Europa. En el Cervantes de Dublín también formo parte del Departamento de Cultura, donde nos dedicamos a organizar eventos de todo tipo, ciclos de cine, exposiciones, conferencias, conciertos, talleres, etcétera, para dar a conocer la cultura en español entre los irlandeses.
-¿Por qué decidiste irte fuera?
-Ha sido el paso natural y necesario en mi evolución como persona. Desde pequeña he tenido muchísima curiosidad por todo lo extranjero. Me quedaba alucinada cuando veía a los intérpretes en la tele que hablaban varios idiomas y me atraían mucho las otras culturas, pasadas o presentes. Por eso también me ha apasionado siempre la arqueología. Así que acabé estudiando Traducción e Interpretación, como no podía ser de otra manera y, luego, Humanidades. Ahí se unieron el interés y la necesidad de pasar estancias largas en el extranjero que conlleva estudiar idiomas. Y un destino me llevó al siguiente.
-¿Y por qué elegiste esos destinos en concreto?
–Por motivos muy diferentes. A EE.UU. fui por la necesidad de mejorar mi inglés. Contacté con una agencia de au pairs y me enviaron a Nueva York. A Bruselas fue por amor y, además, resulta que era la Meca de la traducción para una recién licenciada en esta disciplina, así que dos motivos de peso. Pekín fue la gran aventura, fue una decisión que tomamos juntos mi novio y yo. Queríamos empezar una vida nueva en una potencia emergente y China entonces, dos años antes de las Olimpiadas, era el país de las oportunidades. Luego mi novio encontró trabajo en Shanghai y ahí fijamos nueva residencia durante casi 4 años. Y Dublín fue más azar que elección.
-¿Qué te han aportado cada una de estas ciudades?
–Nueva York me hizo más fuerte. Bruselas, más reflexiva y más madura. China, más versátil y tolerante. Y Dublín, más amable y receptiva respecto a los demás. Y, en general, todas juntas me han aportado un montón de amigos de todos los colores repartidos por el mundo, la capacidad de relativizar cualquier problema o idea preconcebida y, por supuesto, las ganas de seguir conociendo mundo.
-¿Cuál es tu preferida?
–Digamos que si tuviera que volver a vivir en alguna de ellas, elegiría Pekín sin parpadear. Cuando me marché de allí en octubre de 2011 lo hice sabiendo que mi vida allí aún no había terminado.
-Y China, ¿cómo es?
–China es grandiosa. Sus ciudades, sus edificios, su historia, su lengua, su cocina… Es un país que te conquista por la magnitud y complejidad de su cultura y, al mismo tiempo, por los gestos de la gente más sencilla. La vida es demasiado corta para conocer bien un país así. Nunca te aburre ni te deja de sorprender. He vivido casi 5 años allí y me he quedado con ganas de mucho más.
Pero, sin duda, lo que más me gusta es su dinamismo. Al contrario que Europa, China está viviendo una etapa de mucho optimismo y eso se contagia, a pesar de los muchos problemas que tiene que afrontar, como la desigualdad social, la corrupción, la contaminación o la búsqueda de recursos. Los chinos, además de ser muy trabajadores -que de eso seguro nadie duda en España-, tienen una gran confianza en su porvenir, que les hace no rendirse en su afán de progresar y dar una vida mejor a sus hijos. Es realmente admirable cómo luchan por abrirse camino en una sociedad tan competitiva y sin contar con el apoyo de los sistemas de Seguridad Social que disfrutamos en la mayoría de países de Europa.
China es un país en construcción y cambia a un ritmo vertiginoso. Pasas por un barrio tradicional donde antesdeayer había casitas y de repente te encuentras con rascacielos. Y no solo las ciudades están sufriendo una transformación, también la mentalidad, la sociedad, la política… Es una nación con características y necesidades muy particulares. Y tiene que progresar a su manera, sin que se le impongan modelos occidentales de democracia que poco encajan con la realidad y la idiosincrasia del país. China está gestando su propio sistema y confío en que pueda encontrar esa vía tan necesaria de crecimiento sostenible para los 1330 millones de chinos. Un reto nada fácil que deberían tener en cuenta los medios occidentales antes de criticar y ridiculizar banalmente a los chinos.
-¿Cómo has recalado ahora en Irlanda?
–Pues ha sido un hecho más bien fortuito. Se me acababa el contrato en el centro de Shanghai y tenía la determinación de seguir trabajando en el Instituto Cervantes, así que me presenté a varias plazas que se ofertaban en ese momento sin importarme mucho el destino. Al final saqué la de Dublín y acabé aquí como podría haber acabado en Marrakech, por ejemplo.
-¿Cómo está siendo tu experiencia hasta ahora?
–En general es muy buena. Disfruto mucho de mi trabajo y eso compensa el mal tiempo que hace y la carencia de vitamina D. Los romanos llamaban a Irlanda Hibernia. Eso lo explica todo. Tiene paisajes preciosos, sobrecogedores, pero para verlos desde la ventanilla del coche. También, en compensación, está el buen carácter de los irlandeses. Sin duda, la gente más amable y acogedora que he conocido. Vivir en una sociedad así te contagia. Cada día te vuelves más como ellos y eso me encanta de Irlanda.
-¿Cómo es trabajar en Irlanda? ¿Es muy diferente a España?
–La verdad es que no puedo responder bien a esta pregunta porque ¡nunca he trabajado en España! Lo que puedo decir es que los sueldos son más altos (el coste de la vida también) y la tasa de paro solo el 14,5%. Sin embargo, actualmente, hay una ola de emigración bastante importante de irlandeses a Australia y Nueva Zelanda por la subida del paro. Y para los autónomos, Irlanda es un paraíso comparado con España. Todo son facilidades.
–Has pasado por trabajos muy diferentes…
–He tenido trabajos diferentes, pero siempre en el ámbito de las letras o la administración. He sido traductora, secretaria, profesora de español, bibliotecaria y, ahora, organizo actividades culturales. El trabajo más raro que he tenido y que merece la pena contar por lo que tiene de anecdótico y de descriptivo de la sociedad china es cuando hacía de laowai, es decir, de extranjera, al principio de llegar a Shanghai. Los chinos valoran sobre medida todo lo occidental y a las empresas les da prestigio e imagen tener personal extranjero, así que muchas de plantilla 100% china contratan a extranjeros postizos para que pongan la cara en reuniones con grandes clientes o funcionarios del gobierno. Es lo que hice yo durante un tiempo para un estudio de arquitectura y ha sido el trabajo mejor pagado de mi vida.
-¿Y cómo es Dublín?
–Es una capital pequeñita y manejable. Apenas tiene 1 millón de habitantes. El cambio desde Shanghai, con 20 millones, fue brutal. Pero a pesar de su tamaño tiene una vida cultural rebosante. Forma parte del circuito cultural de las Islas Británicas y rara es la semana que no haya un festival de algún tipo, música, teatro, literatura, danza, etcétera. Supongo que es lo que tiene el mal tiempo, que hace buscar distracciones bajo techo. Otra consecuencia de esto son los pubs, que aquí hacen las veces de plaza del pueblo y hay prácticamente uno en cada esquina. De hecho, en Dublín no hay plazas como en España donde la gente se sienta y los bares ponen terrazas. Pero es una ciudad llena de música en vivo y literatura. Tiene unos cielos preciosos y cuando el viento sopla -que lo hace muy a menudo-, trae un rico olor a malta de la fábrica de Guiness, el verdadero duende irlandés.
-Háblanos del Instituto Cervantes. Quizás sea el sueño de muchos españoles…
–Es un sueño para mí también y supongo que para mucha gente de Letras. Creo que precisamente lo que contribuye a su prestigio es la gran vocación y el amor por la cultura de gran parte de las personas que la integran. La institución desempeña una labor preciosa y muy relevante, que es la de promocionar la lengua y la cultura en español y crear lazos estrechos con instituciones y personalidades de la cultura del país de acogida. Esto se traduce en beneficios directos e indirectos para España en el terreno económico, educativo, turístico, político y, por supuesto, cultural. Desde dentro, el Instituto Cervantes es como una gran familia, con sus más y sus menos. Y a ese sentimiento contribuye tanto la movilidad dentro de la red como el apego que se genera entre compañeros por estar fuera de casa, sobre todo en los centros más remotos.
-¿Te has marcado algún nuevo objetivo o reto?
–Seguir trabajando y creciendo en el ámbito de la gestión cultural.
-¿Qué piensa tu familia de tu aventurera vida?
–Al principio les costaba, pero después de diez años fuera de España y otros pocos más fuera de Moguer, creo que se van acostumbrando. Ahora están muy contentos de que haya vuelto a Europa. Desde pequeña, mis padres me dieron los medios para estudiar idiomas y alimentaron mi curiosidad por viajar, así que de alguna manera me señalaron a lo lejos este camino y están contentos de que yo esté feliz.
-¿Y tus amigos?
–La mayoría de mis amigos es también bastante nómada, así que ni siquiera se cuestionan otro tipo de vida. Y los amigos que no pertenecen a este grupo se dividen en dos categorías, los que me dicen “qué envidia” y los que me dicen “no sé cómo puedes”. Pero, en cualquier caso, todos me animan a seguir haciendo lo que realmente me gusta.
-¿Cuáles son tus planes futuros?
–La verdad es que no suelo hacer muchos planes, quizás porque no tengo las cosas tan claras o porque me gusta el factor sorpresa. Lo que es seguro es que Irlanda es una parada más en el camino, pero poco puedo decir de por cuánto tiempo más o cuál será el próximo destino. Difícil de predecir en un mundo tan grande y lleno de oportunidades.
-¿Piensas volver a España, a Huelva, en breve?
–Pues no sé si a Huelva, pero me encantaría volver a España a pasar una buena temporada y recuperar un poco el tiempo perdido. No creo que sea en breve por mi situación laboral actual, pero por supuesto está entre mis deseos.
-¿Qué es lo que más echas de menos de Huelva?
–El calor, el de mi familia y el del sol de Andalucía.
-¿Recomiendas a todo el mundo que viva un tiempo fuera de España?
–No a todo el mundo. Hay personas que están demasiado arraigadas a su tierra y para las que la distancia supone un trauma. Creo que no hay necesidad de forzar esa experiencia cuando no se tiene ni la necesidad ni las ganas. Siendo lo suficientemente receptivo uno puede vivir en casa experiencias igualmente enriquecedoras, por lo que tampoco creo que se deba sobrevalorar el hecho de salir fuera. Ahora bien, sí que lo recomiendo a todos esos que cuando les hablo de mi vida me dicen “qué envidia” y que, por miedo o desconocimiento, nunca se atreven a dar el paso y satisfacer esa curiosidad por lo que se mueve fuera de sus fronteras. Porque si no lo hacen, una parcela de sus vidas quedará frustrada. En ese sentido, creo que la crisis está siendo positiva porque está dando a muchos ese empujoncito.
-Para terminar: un deseo.
–Más optimismo. Y aprovecho para felicitar a Huelva Buenas Noticias por apostar también por esta actitud.
6 comentarios en «Lola Rodríguez, una onubense que trabaja en el Instituto Cervantes de Dublín tras vivir en Shanghai, Pekín, Nueva York y Bruselas»
Muy interesante la experiencia de Lola la cual se resume en esta entrevista la cual queda corta realmente por la capacidad y tezón que ella pone en todo lo que toca y hace. Soy parte de su experiencia de su vida desde hace mas de 8 años y ciertamente es muy fascinante todo lo que ha recorrido.
Mucha suerte y éxito para ella y en la nueva empresa que esta justamente ahora en marcha y que espero que pronto pueda ver su fruto.
Muy linda tu experiencia, yo hace quince años que no estoy en moguer. No sé si te he llegado a conocer. Conozco a leonardo y fermin camacho. Mucho suerte en tu nuevo proyecto.
Gran artículo sobre una grandísima persona!!! Emprendedora y luchadora!!!
Grande Lola!!!
¡Esa es nuestra Lola! Siempre viajando, siempre formándose y siempre trabajando duro. Admirable su capacidad de adpatación y su tesón. Un beso enorme para nuestra moguereña por el mundo.
😉
Parabéns! Lindas fotos.
Magnifico artículo sobre una mujer de las que consideramos ciudadanas del mundo. Felicidades amiga y a seguir dándote satisfacciones a tí y a tus adorables padres.